Una tusa en Medellín, en moto.

Sacar todo el dinero
de un giro ajeno
en el Efecty de Las Brisas.

Empeparme con todo el inventario
de la droguería Pensilvania.
Descalabrarme la cabeza
con la campana de la parroquia
San Gregorio Magno.

Atragantarme y embriagarme al mismo tiempo
con una torta envinada de Tortas El Gordo.
Cortarme aunque sea con el borde de una pizza
de Gratamira.

Pasar por Mundo Huevo
y reventármelos en todo el cuerpo.
Fingiendo que son tu habilidad
de balancear mi culpa entre tus dedos.

Beberme un shot de gasolina
de la bomba de la 65.
Llegar al Parque Juanes,
robar una patineta
y rasparme las rodillas, los codos
y todos los huesos que traquean.

Para tener una razón por la cual hacer ruido.

Bajar a la Autopista,
ir a más de 50,
ir a menos de 50.
Tomarme toda la leche entera
de Colanta
y que mis tripas exploten.

Morir de tedio
entre la burocracia y el papeleo
de 4–72.

No.

Mejor que acelere la moto.

O denunciar una violación
o ser denunciada por aborto
en la Fiscalía General de la Nación.

Empalarme el culo en Punto Cero.
Querer ser ingeniero
a los 16 y no pasar a la Nacho.

Quedarme a vivir en el deprimido
de Villanueva
y meter polvo de ladrillo
de la Catedral Metropolitana.

Subir por Argentina y llegar
a desbaratar la estatua
del Parque Bicentenario
y clavarme los pedazos
en las ingles.

Estar en Buenos Aires en media hora
y darme cuenta de que sigo viva.
Jueputa.
Te iba a presentar en el cumpleaños de mi sobrina.