10 de marzo de 2021

Lauradesdibujada
3 min readMar 11, 2021

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No lo volví a ver. Supongo que por esa razón le rehuía a estas páginas. No quería (no quiero) admitir que se fue y todo lo que me queda de él es apenas un universo de historias y un sombrero tejido con una fibra parecida a la paja. Pienso en él todo el tiempo, quiero hablar de él con toda persona que me encuentro, le extraño hasta cansarme. Hasta quiero sentir culpa porque su ausencia no es suficientemente extensa como para equiparar la grandeza de su alma. A veces hablo con él y le digo que me salve de la vida. De esta vida. Como me rescataba de los brazos de mi papá cuando tenía cinco años. Me pongo su sombrero y lo saludo al llegar de trabajar. Le pido la bendición tocando las fotografías que se sostienen en mi nevera con un par de imanes. En mi mente guardo su voz nítida, en esa expresión con la que siempre me nombraba: Lalita. Todavía siento su mano grandota palméandome la cabeza. No he querido reproducir un par de historias que le grabé con mi celular y que siguen ahí, almacenadas. Pienso que cuando lo extrañe en serio voy a necesitarlas y no quiero que se desgasten. También he estado aplazando buscar ese programa de radio donde me contó la historia del Ferrocarril de Antioquia. Desde la madrugada del 2 de enero el tiempo se detuvo. Los días son pesados y lentos. Me perturba ese pensamiento de imaginar su silla reclinable vacía. De que no puedo hacer nada ante la angustia de mi madre, mis tías, mi abuela, mis primos, mis tíos. Ante la angustia que significa estar viva. Justamente eso hago -o hice, hasta hace unas tres horas-: NADA. Solamente consumirme entre suciedad, arena para gato y grasa abdominal. Entre pantallas y una relación tóxica. Entre faltas de aliento y un ataque de pánico. Y no toco fondo. El fondo no existe. Todo se trata de un agujero de gusano fabricado con líneas paralelas. Y sin embargo, siempre presente, la noción de seguir viviendo. Seguir teniendo familia. Seguir contando historias. Seguir haciendo periodismo. Seguirse riendo. Seguir comiendo papitas y mercando vegetales que se pudran en un cincuenta porciento. Seguir deslizando el pulgar sobre la pantalla del celular. Seguir tomando mate, seguir sintiendo el dolor en la rodilla izquierda, seguir regando las plantas, seguir buscando series de Netflix, seguir celebrando cumpleaños, seguir visitando a la abuela algunos domingos, seguir teniendo conversaciones largas y escuetas, seguir caminando, seguir leyendo, seguir yendo a marchas, seguir estudiando, seguir aprendiendo, sobre todo, de feminismo. Sí, no le dio tiempo de entender por qué me hice un tatuaje de medio antebrazo, por qué me fui a vivir sola sin faltarme nada y sin tener un esposo. “¡Qué maricada!”, le dijo a una de mis tías. No le dio tiempo de conocer mi casa ni la cocina nueva de mi mamá. De volver a piscina a Santa Fe de Antioquia. ¡Pero tuvo tanto tiempo de darme vida…! Y enumeraría todos los instantes en que me hizo feliz ser su nieta, pero precisamente experimento esa felicidad ahora: aún no termina. Todavía llevo el apellido Yepes. A veces con mayor orgullo porque es el de mi mamá, la mejor desafiadora de cargas emocionales que conozco. Gracias todos los días, abuelo, gracias. Tu muerte me atraviesa la garganta, tu vida me llena el pecho de aire. Me trago los mocos como siempre he hecho en la vida y me preparo para hablar en público.

@lauradesdibujada

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Written by Lauradesdibujada

Soy un cúmulo de historias mal contadas en rehabilitación. Antiguo blog: besosdesdibujados.blogspot.com

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